La Grandeur por Gonzalo De Diego

Así son y así parecen

Grandville, Daumier, Monnier y Gavarni formaron entre 1830 y 1840 la gran escuela de caricaturistas franceses en un tiempo en que Gall y su craneoscopia, la fisionomía, la frenología y otras neurociencias contemporáneas hacían furor. El admirable, el íntegro, el genial Honoré Daumier se divirtió modelando una serie de retratos caricaturescos de políticos franceses. Pequeños bustos en arcilla luego coloreada al óleo, hechos siempre de memoria, compusieron la muestra de 36 retratos satíricos de parlamentarios, ministros y otros defensores del orden de las cosas, que alcanzarían el grado de obra maestra y monumento de oposición literaria y artística. Con todas ellas también Daumier probaba, una vez más, la razón de ser del arte como ciencia no aislada del entorno. Y avanzaba así, por vía de la realidad, que el arte tiene por objeto llevar al ser humano al conocimiento de sí mismo por la revelación de sus propias tendencias, virtudes, vicios y ridículos, contribuyendo al desarrollo de la dignidad del hombre y al perfeccionamiento de su ser.

Mucho después vendrán Proudhon, Courbet, Gauguin, Munich, Redon y el Picasso azul y rosa, en quienes las figuras adormecidas o en trance de soñar, la imaginería onírica, vienen a constituir un tema mayor de la corriente general de la pintura de vanguardia. Y mucho después llega un joven valenciano de veintipocos años, Alfredo Llorens, con un trabajo inserto de pleno derecho en la eterna tradición de de los clásicos –nada menos- y con unas evidentes dotes de artista traslúcidas palpable e insensiblemente a los ojos de todos nosotros, expertos o no, unidos bajo la condición de seres humanos y en un tiempo en el que el abanico de posibilidades es tan grande, o más, que el de cualquier artista que en el mundo haya sido.

Con la claridad de sus dotes mentales, a las que ineluctablemente acompañan habilidades escultóricas evidentes, muestra su trabajo de manera amplia, ancha y potente. Sus grotescos  arquetipos revelan, por la deformación y la síntesis plástica, la verdad profunda de los seres humanos ofrecidos como tipos universales. Los distintos materiales y la insinuada policromía, además, acusan los rasgos y revelan sin piedad los defectos y los tics físicos y espirituales. Procediendo por masas, por forma y por movimiento, anima a sus figuras, les da un valor intemporal y las dota del espíritu burlón mediante el que ponen de manifiesto, muestran y sugieren la humanidad de sentimientos y el talento barroco y expresionista de todo un artista nuevo llamado Alfredo Llorens.

GONZALO DE DIEGO

 

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